Paz que sobrepasa todo entendimiento
Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:9)
Los seres humanos anhelamos el don de la paz desde lo más profundo de nuestro ser, pero la gran mayoría ignoramos la naturaleza del bien que tan ansiosamente perseguimos. Se han establecido desde el comienzo de la historia, sistemas sociopolíticos, modelos económicos, o aún, patrones religiosos en algunas sociedades, que les conduzcan a la paz, pero pocos se han detenido a escuchar lo que el Príncipe de la paz tiene que enseñarnos.
La paz no es un sueño del hombre simplemente, es un plan de Dios para la humanidad. Desde que la creó, el propósito de Dios fue que el hombre disfrutara de completa paz. Y le proveyó todo lo necesario para que así fuera. La paz debe involucrar todas las relaciones del hombre, según las dimensiones con las que fue creado: espíritu, alma, cuerpo, interactuando con Dios, con su prójimo y con su entorno físico. Es por eso que, aunque estaba en un mundo perfecto, debía respetar los principios y las leyes espirituales y físicas que mantenían el orden y la paz. Al quebrantar una sola de ellas, esto es la espiritual, su relación con Dios fue afectada, la comunión con su Padre quien le proporcionaba sabiduría y poder, se rompió, y la armonía del hombre con su Creador se perdió. De inmediato, todo el equilibrio se alteró y las demás relaciones del hombre fueron afectadas: Con el prójimo y con su ambiente. Ya no hubo paz ni en el corazón del hombre ni mucho menos fuera de él.
Sin embargo, el amor de Dios por el hombre seguía siendo más fuerte que la desobediencia de éste. Así que nos envía al Autor de la Paz, Jesucristo, el Príncipe de Paz, el mismo que nos ofrece ilimitadamente el maravilloso don: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27). Esta paz presupone la armonía de la reconciliación como fundamento y tiene maravillosos e incalculables beneficios: Ella sobrepasa todo entendimiento humano, guarda nuestro corazón, no depende de las circunstancias, la podemos tener siempre con nosotros.
¡Cuán diferente es esta condición a las incesantes ansiedades del mundo! Es en unión y comunión con Cristo como se experimenta la verdadera paz.
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