La gratitud
“Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros”. (1 Samuel 12:24)
Hoy es un día maravilloso que nos regala el Señor, para aprovechar y renovar nuestras fuerzas, agradeciendo en nuestro corazón por todos los beneficios que generosamente recibimos de su mano; el más grande de todos, la vida. Para muchos de nosotros el vivir es la justa recompensa a nuestra manera de ser («somos buenos, trabajadores, no hacemos daño a nadie, etc.»), pero debemos tener cuidado y entender que no es porque lo merecemos, sino por la infinita misericordia de Dios, el único que tiene potestad sobre el tiempo y la vida.
El despertar cada mañana y ver nuevamente la luz del día es un regalo de nuestro Padre Celestial. Por lo tanto, es vital que entendamos que la vida es un milagro maravilloso, que debemos agradecer y disfrutar a plenitud; entonces, no permitamos que absolutamente nada nos arrebate la felicidad que implica vivir un día más.
Pensemos ahora en nuestra familia y trabajo; creer que nos pertenecen es un error. Entendamos que los tenemos también porque Dios nos permite disfrutar de ellos, para que los amemos, los honremos, les demos lo mejor; descubriendo así que el camino más fácil para la verdadera felicidad es el amor a los que nos rodean y a lo que hacemos.
Qué bueno saber que Dios nos da todo. Aprendamos a reconocer que somos privilegiados y manifestemos a nuestro buen Padre la alegría, agradeciéndole cada mañana los regalos que recibimos, que podamos decirle con todo nuestro corazón: “Este es el día que hizo el Señor, nos regocijaremos en él y estaremos alegres” (Salmo 118:24)
Dispongámonos entonces a reconocer su gran amor sobre nuestra vida, comencemos a tenerle en cuenta en cada pensamiento, cada palabra cada acción, y decidamos hacer una entrega genuina de todo a él, comenzando así a ser instrumentos de bendición en sus manos. Cada día que el Señor nos da lo podemos vivir con felicidad y con toda seguridad, no habrá tiempo para tristeza, ni nada que nos quite la paz.
El despertar cada mañana y ver nuevamente la luz del día es un regalo de nuestro Padre Celestial. Por lo tanto, es vital que entendamos que la vida es un milagro maravilloso, que debemos agradecer y disfrutar a plenitud; entonces, no permitamos que absolutamente nada nos arrebate la felicidad que implica vivir un día más.
Pensemos ahora en nuestra familia y trabajo; creer que nos pertenecen es un error. Entendamos que los tenemos también porque Dios nos permite disfrutar de ellos, para que los amemos, los honremos, les demos lo mejor; descubriendo así que el camino más fácil para la verdadera felicidad es el amor a los que nos rodean y a lo que hacemos.
Qué bueno saber que Dios nos da todo. Aprendamos a reconocer que somos privilegiados y manifestemos a nuestro buen Padre la alegría, agradeciéndole cada mañana los regalos que recibimos, que podamos decirle con todo nuestro corazón: “Este es el día que hizo el Señor, nos regocijaremos en él y estaremos alegres” (Salmo 118:24)
Dispongámonos entonces a reconocer su gran amor sobre nuestra vida, comencemos a tenerle en cuenta en cada pensamiento, cada palabra cada acción, y decidamos hacer una entrega genuina de todo a él, comenzando así a ser instrumentos de bendición en sus manos. Cada día que el Señor nos da lo podemos vivir con felicidad y con toda seguridad, no habrá tiempo para tristeza, ni nada que nos quite la paz.
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