“Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado.” (Proverbios 18:10)

PASAJE COMPLEMENTARIO: Juan 8:31-36; Romanos 6:1-14

En las fortificaciones de las ciudades antiguas eran incluidas torres flanqueando sus puertas. En ellas se situaban centinelas que vigilaban día y noche, y además, artillería de guerra. Era el lugar donde se podían lanzar proyectiles con facilidad para repeler al enemigo. Qué extraordinaria similitud usada por el autor del libro de Proverbios, para referirse a lo que representa Papá Dios para quienes hemos hecho de Él nuestro verdadero refugio: Una torre fuerte, alta, sólida, inconmovible, que permanece para siempre, que nada ni nadie puede derribar.
¿Quién no quisiera experimentar tal seguridad, en un mundo lleno de peligros y adversidades? Pero 
la Palabra de Dios es muy clara cuando advierte, que es el hombre justo el que corre a ella y es levantado. La pregunta es: ¿Quién es un hombre justo según Dios? No lo es aquel que se considera justo a sí mismo, según su propia opinión y criterio. El hombre verdaderamente justo es el que ha sido justificado por la gracia del Señor Jesucristo mediante su redención, quedando libre de la esclavitud del pecado y siendo libre para hacer la voluntad de Dios y agradarle en todo.
El justo es aquel que ha sido transformado en un nuevo hombre, hecho partícipe de la naturaleza divina, que cuenta ahora con el maravilloso recurso del Espíritu Santo quien moldea en su vida el carácter de Cristo. Esto sucede en la medida en que desarrollamos una vida de fe y de obediencia a la Palabra de Dios.

La más grande seguridad de estar en los brazos de nuestro padre Dios, es haber entregado nuestro corazón para que lo transforme y lo haga justo, haber aceptado y creído sus verdades que nos hacen libres, haber creído a su amor que nos santifica y perdona. Hoy, nosotros también podemos refugiarnos en Dios como torre fuerte para estar firmes y fuertes ante las circunstancias de la vida. ¡No nos detengamos, corramos a Él!


HABLEMOS CON DIOS
“Señor gracias por este nuevo día en nuestras vidas, gracias por el maravilloso regalo de la salvación que nos diste al recibir a Jesucristo en nuestro corazón y gracias por hacernos justos delante de Ti por la fe. Ahora podemos hacer Tu voluntad y disfrutar de esta manera, de Tu perfecto cuidado, pues te conviertes en nuestro escudo, nuestra fortaleza, nuestro alto refugio, nuestro libertador. Entregamos hoy nuestros temores y dudas, y nos disponemos a disfrutar de la extraordinaria seguridad que Tú nos brindas”. Amén

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